El final del verano.

El verano es familia. Uno o dos viajes. Un oasis en el calendario. Un tiempo para ti. Un tiempo para todos. Un tiempo para nada. 

Para narrar hace falta un estado de relajación, dice Byung-Chul Han, esa que poco a poco vas encontrando en los días de verano pero que se apresura a esconderse como la última puesta de sol.

El verano es no saber qué día es. El verano es una canción, una foto, una cerveza, una conversación, un camino. Leí en Momo que era una fiesta tan divertida como solo la gente pobre sabe celebrar. Eso es el verano.

Qué difícil es despedirse. También del verano. Hay que saber cerrar, no alargar la pausa. El verano es como un letargo infinito. Despedirse con un nudo en la garganta y un puñado de lágrimas siempre a punto de explotar. Uno no se despide solo del lugar. Tú te vas y vuelves. Quizá siempre es más difícil para el que se queda. Esa nostalgia infinita para el que ve a la gente ir y venir, llegar y marcharse. Cada verano.

No sé si la emoción del momento tiene que ver con lo que se siente en esos instantes o más bien con los recuerdos que has ido dibujando a lo largo de los años en todas las despedidas y finales de cada verano. O seguramente las dos cosas.

No quedan días de verano, el viento se los llevó. Sin besos de despedida y sin palabras bonitas.

El final del verano es prepararse para la despedida. Esos días nunca los disfrutas del mismo modo. Inevitablemente, cuando sabes que algo se acaba uno piensa más en lo que viene que en lo que está.

El final del verano es regresar al desierto. El verano de los Perfect Days de Wenders y Yakusho nos devuelve de nuevo a la rutina. Premonición. Principio y final.

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